El juego creativo y el juego competitivo: ¿Aliados o rivales?

Para nosotros el competir luce como algo natural, una forma evidente de relación que parece haber estado allí toda la vida y unida a nuestra naturaleza humana.  Pero si observamos con atención desde el principio, antes de darnos cuenta de los otros, nos dimos cuenta de nosotros mismos y antes de jugar a competir jugábamos a inventar. El juego creativo y el juego competitivo tienen momentos distintos en la vida de los niños y aportan elementos distintos a la mente, por lo que vale la pena pensar en los espacios que se dedican a cada uno, para entender mejor lo que trasmiten. 

En las dinámicas de competencia la presión por el rendimiento y el éxito puede traer efectos contrarios a los deseados en nuestros hijos, si no miramos a tiempo la forma como ellos van comprendiendo lo que significa ganar y perder. Frecuentemente me encuentro con padres que afirman explicarles a sus hijos que lo importante es participar y que obtener el primer lugar, no es tan vital como divertirse en el intento. Pero, con frustración me cuentan también que esto no tiene el efecto esperado y los niños se angustian, enfurecen o se entristecen frente al fracaso al competir.

 ¿Por qué sucede esto a pesar de nuestros esfuerzos? Existen ciertas edades para comprender conceptos abstractos de la vida como la muerte, el compromiso, la solidaridad, el respeto e incluso el amor. Lo mismo ocurre con el éxito y el fracaso. Son nociones que no se dominan de un día para otro y a las que los niños le van dando diferentes significados según su madurez emocional e intelectual y por supuesto, su ambiente. A edades tempranas los niños son lo que hacen y todo su valor personal está puesto en una acción y en sus resultados. Aunque quieran no pueden separar una cosa de la otra pues el amor que comienzan a sentir por sí mismos, se basa en el placer que experimentan con lo que hacen y con quienes lo hacen. Este es el momento por excelencia del juego creativo, un juego que inventa cada día la realidad y que es libre en cuanto su propósito de encontrarse y encontrar a otros por el placer en sí mismo. Amarse a sí mismo, base de la seguridad y la estima futura comienza por ese placer simple de aquello que se hace con disfrute, sin presión y al propio ritmo.

 

Nuestra palabra, la forma como nombramos esos resultados, lo que negociamos para que lo logren lo que queremos, le va poniendo un valor diferencial a las experiencias y así vamos haciendo un marco, un referente en cuanto al éxito y al fracaso. Un par de ejemplos simples. A a una edad temprana cuando se están construyendo torres con objetos, los niños están jugando con la altura, la gravedad, el equilibrio y el soporte o el apoyo en uno o en varios puntos, lo que coincide con el propio soporte que esperan recibir y forma como su cuerpo registra la gravedad cuando caen y se levantan. Si la torre cae y nosotros expresamos tristeza, exclamamos ¡ay nooo!, o nombramos el hecho con un tono de decepción, ya estamos introduciendo la idea del fracaso como algo malo, sin que estemos diciéndole al niño que ha fracasado él. El asunto es que la torre, los objetos, la caída y el resultado son de alguna forma él mismo, no hay tanta diferencia entre el objeto y su persona, imprimiendo la idea de desilusión a algo que en principio era un juego libre. Cuando jugamos a quién termina más rápido de comer, como a veces hacemos para que puedan comerse todo, la prioridad se la damos a un premio que no está en la comida, que está en otra parte y que los hará sentir triunfantes o fracasados, perdiendo el disfrute por el comer en sí.

Estos significados están muy bien insertados en nuestra cultura y su presencia en nosotros es casi imperceptible e inconsciente si no nos sentamos a reflexionar sobre ello. No se trata de hacer esto o lo otro, sino de mirar con más detalle cómo somos parte de lo que sucede con nuestros hijos. El juego competitivo riñe con el juego creativo porque el juego competitivo tiene el riesgo de verse como un medio para obtener algo y no como un fin en sí mismo. No es casualidad que el bloqueo creativo surja cuando hay presión, cuando hay límites de tiempo, cuando necesitamos generar dinero, cuando hemos tenido éxito en un intento y tememos hacerlo mal a la segunda.

Para que el juego competitivo sea aliado del juego creativo debemos construir un puente que llamamos el juego colaborativo o juego cooperativo. Es un juego en el que el placer lo tiene la relación con otros y el hasta donde podemos llegar juntos. Pero para ello los niños deben manejar ideas tan complejas como la cooperación, la negociación, el ceder, el que somos protagonistas por turnos y trabajamos para que todos tengan su momento de triunfo. Para ello es necesario que miremos al otro como distinto, con la misma importancia que yo y eso no se logra hasta ya bien entrada la educación primaria y la pubertad.

¿Y el deporte? El movimiento es un recurso valioso para el juego, pero para jugar necesitamos sentirnos bien. Si el juego deportivo angustia más de la cuenta, enfurece más que alegra y nos hace sentir poco o insuficiente, entonces ya no es divertido ni placentero.

Escrito por:

Dra. Milagros Fagúndez

Psicóloga clínica-Psicoanalista.

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